Unos años antes o después de los 50 años, la necesidad de cambiar de rumbo aparece en nuestra vida, aunque adopta diferentes caminos. Comenzar a tomar decisiones urge con más fuerza que nunca. Divorciarse, cambiar de trabajo, cuidar el cuero o el alma, viajar o bailar, son algunas de las cosas que se hacen presente en esta etapa vital.
Sentimos con bastante claridad que deseamos abandonar el rol de cuidadoras para dedicarnos tiempo, por fin, a nosotras mismas. Nos despedimos definitivamente de la juventud con lo que esto supone (no olvidemos el edadismo que existe en nuestra sociedad). Comenzamos a sentir la necesidad de soltar cosas y personas que no nos hacen bien. Decimos adiós a la complacencia, a quedar bien, a la diplomacia y comenzamos a decir lo que sí y no queremos hacer.
Cambiar de vida a los 50
Es muy frecuente que quienes nos rodean sientan que un tsunami va a hacer su aparición cuando analizan nuestra conducta. Nos notan distintas, menos complacientes y sumisas. Ponemos los puntos sobre las íes sin miedo a que las relaciones se rompan. Sentimos que el tiempo se acaba y que no debemos perderlo, que ya hemos dado suficiente. El desequilibrio que provoca nuestro nuevo posicionamiento asusta a nuestra pareja, amistades, superiores, compañeras/os, familia, etc.